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RUMBO AL SUR

*Mi aventura en África*

Por Franhelio T.A

 

Suelen decir que un viaje comienza cuando se empieza a planear.

 

 Este especialmente, debió ser el viaje de mi vida.

Empecé a planearlo cuando era un adolescente y me tiraba el gusanillo por las motos, los viajes y África.

Siendo un quinceañero imaginaba motos de uso mixto y altas prestaciones, en realidad eran motos de enduro con motores de dos tiempos y dos cilindros, entonces no había nada por el estilo, bueno, sí. Ossa había sacado una moto con ese tipo de motor, pero para carretera…

 Mi idea estaba más relacionada con una Bultaco Frontera de 750 c.c.

Esa moto nunca se llegó a fabricar. ¡Lástima!

Aun a pesar de ello, con el tiempo adquirí una Yamaha 750 Supertenere (ya sé, le faltan los acentos).

El nombre ya sonaba a aventura, a desierto y a Paris-Dakar, que fue para lo que se creó, para participar en esa carrera.


En mi imaginación me veía en el portal de casa atando las cosas sobre esa hipotética moto española todo-terreno, al amanecer, sin espectadores, cómo el que sale a hurtadillas de casa para no ser descubierto y así evitar los comentarios sobre la "locura" que iba a hacer.


Pasaron años, muchos años, tuve varias motos de ese estilo, pero nunca surgió ese viaje.

Hubo algunos parecidos por España, viajes en solitario a puntos bastante distantes, pero claro, España es España y no niego que tuvieran su encanto, pero aquello de "viaje de aventura" le quedaba un poco grande.


Por fin, un día como hoy, del año pasado, un amigo me dijo que se iba a Dakar con su novia, en una sola moto.

Mi contestación fue inmediata:

- Estáis locos! – a lo que mi amigo, no tardo en realizar la inevitable pregunta – Te quieres venir Helio?

 Mi contundente respuesta fue:

-      Amigo, deja que me lo piense…

 Dos días después estaba todo pensado:

-      Vengo con vosotros, pero cuéntame un poco el plan de viaje.

-      ¿Plan? Ninguno... Nos pondremos rumbo al sur, hasta Dakar.


Mi moto apenas tenía tres meses, pero admito que mi idea era hacer con ella ese tipo de viaje.

La forma y la configuración están pensadas para una ruta similar. ¡Todo encajaba a la perfección!

Además, sabía que, si lo pensaba mucho, no iría ni a ese viaje ni a ningún otro por el estilo.

A pesar de haberle dicho a mi amigo que sí, que me unía a su aventura; era imposible no pensar en todo lo que representaba un periplo así:

 Recorrer todo el desierto del Sahara, aunque fuera pegado a la costa y por carretera no dejaba de ser sobrecogedor, sobre todo cuando se mira el recorrido a vista de pájaro y solo se ven carreteras interminables, lugares despoblados y en algunos puntos, tramos muy extensos cubiertos por la arena del desierto.


Un buen día nos reunimos, miramos mapas, empezamos a calcular las etapas y fijamos la fecha de salida.


Nadie más, aparte de nosotros (valientes o temerarios, según se mire) se había querido "apuntar" a semejante odisea.

Iríamos tres personas en dos motos, cargados con un GPS, una tienda de campaña y sacos de dormir, (por si acaso). En donde pudimos, encontramos lugar para guardar y transportar algunos repuestos para la moto; kits de reparación para los pinchazos y, sobre todo, mucha ilusión y algunos eurillos de más por lo que pudiera pasar en el trayecto.


El viaje empezó un 29 de septiembre.

En ese momento y lugar de Madrid, iniciaba esta aventura. Por fin!

 

En la puerta de casa a las ocho de la mañana, estaba tratando de acoplar todo el equipaje en la moto.

Tuve que recurrir a ocupar el asiento trasero para acoplar la tienda de campaña, la colchoneta, una mochila y un forro polar. En caso de que hiciese frío hasta llegar a África (mejor prevenir).

Como abrigo, decidí llevar una cazadora de verano por las altas temperaturas diurnas en el desierto, pero, antes de llegar hasta allí, quedaban 700 kilómetros de travesía. Además, el tiempo en España estaba un poco indeterminado e irregular.


A las diez de la mañana, llegué a Talavera. Punto y lugar en el que habíamos quedado.

El navegador no quiso encenderse, de modo que lo guarde en una de las maletas con mucho cuidado. Sólo sería útil dentro de España, pero no sé por qué extraña razón, ni para eso nos sirvió…


En Talavera las cosas no eran cómo habíamos previsto.

Faltaban algunos medicamentos por recoger. ¡Se trataba de unas pastillas contra la malaria que encargaron mis amigos y que, justo no llegaban hasta ese día! Typical spanish…

 

Después de un par de vueltas por el pueblo y una temperatura un tanto escasa, por fin salimos hacia Cáceres, que resulto ser nuestro segundo punto de reunión. Allí mi amigo Ventura recogía a su novia: Nieves y tras dar buena cuenta de una tarta de cumpleaños y una despedida efusiva, finalmente nos dirigíamos a Tarifa para coger el ferry.

Tras un innecesario recorrido por Cádiz, he de admitir que el navegador aquí lo eché en falta, guardado que estaba en mi equipaje ya que anteriormente, se había negado a querer iniciarse.

El caso es que, sin su ayuda, llegamos al puerto de Tarifa con el tiempo justo para tomar el barco que salía 15 minutos mas tarde de nuestra llegada.

Embarcamos y en una hora solamente ya habíamos llegado a Tanger. ¡Estábamos en África, gente!

Al menos, eso creímos entonces…

 

En aquel lugar, empezamos a percibir cuan serviciales son los africanos con los extranjeros.

Había un grupo de colaboradores, debidamente identificados, que te facilitaban la labor del paso por aduanas, eso sí, a cambio de una pequeña aportación económica...

Bueno, ¡no nos podemos quejar!

Reconozco que, en este caso la aportación fue pequeña y aunque no nos hacía mucha ilusión, empezamos a darnos cuenta de que aquello era parte de África. Por fortuna, no siempre sería así...


Algo más tarde, encontramos a unas personas que parecían del lugar y les preguntamos la dirección de un hotel cercano. Amablemente nos indicaron uno que estaba enfrente del puerto.

 No negociamos demasiado el precio de la habitación, ya que nos pareció barato. Aparte de eso, nos facilitaron un garaje próximo, lo cual nos venía que ni pintado y, después de la primera ducha en tierras africanas, decidimos salir a caminar por el paseo marítimo. ¡Estaba repleto de tiendas, de modo que tuvimos ocasión de hablar con algún que otro curioso y disfrutar de la típica brisa del estrecho, una maravilla! Sobre todo tras la etapa inicial de nuestro recorrido, que fue mas bien fresca en temperatura.

 

Para ser justos; diré que en realidad sólo estábamos a 14 kilómetros de España, pero ya empezábamos a sentirnos alejados de nuestro país.

En ocasiones, en distancias no muy distantes, se puede apreciar esa diferencia a la que me refiero. Igual vosotros, si conocéis Tanger, también lo habréis notado…

 

Bien entrada la tarde, la cena, la disfrutamos en una casa de comidas al lado del hotel. ¡Por primera vez, probé el cuscús!

Los camareros me explicaron que este era del poco picante, apto para todos los paladares y estómagos. En ese momento, con un bocado aun en la boca, me dije:

- Menos mal! ¿Como será el que pica entonces? Sera que no estaba aun acostumbrado a ese tipo de especiado.

Tras la cena; nos separamos y nos acostamos pronto. Al día siguiente; había que madrugar, dado que la próxima etapa era un poco más larga en distancia que la ruta del primer día.

Aparte de los kilómetros añadidos, era primordial encontrar el camino. A decir verdad, las referencias que marqué en el GPS eran muy escuetas y necesitábamos dar con la carretera correcta.

En mi caso, era el primer viaje por aquellas tierras y el hecho es, que todo me parecía muy diferente a lo que conocía hasta entonces.

Por eso, quería estar bien descansado al día siguiente y de esa forma, poder tener mayor rapidez de respuesta e integrar, con cierta lucidez, lo que pudiera pasar en el trayecto. Mejor estar espabilado…


Afortunadamente, fue una noche tranquila y pudimos descansar lo suficiente.



PRIMERA PARTE DE SU RELATO

Publicamos la segunda parte en una semana

Zen TF

Reportera de viajes, viajera, freelance y entusiasta de la buena comida, compañía y rutas en moto, coche, a pie o como se tercie. Lo importante no es el destino, si no el camino que recorremos para llegar a él.

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